Soberana Orden Militar Española
de los Caballeros Templarios
La
s
cruzadas
fueron
una
serie
de
guerras
religiosas
impulsadas
por
la
Iglesia
católica
durante
la
Edad
Media.
Dichas
campañas
militares
tenían
como
objetivo
declarado
recuperar
para
la
Cristiandad
la
región
del
Cercano
Oriente
conocida
como
Tierra
Santa,
la
cual
se
encontraba
bajo
el
dominio
del
Islam.
Otras
expediciones
armadas
con
el
propósito
de
conquistar
territorios
musulmanes
previamente
cristianos,
como
en
España,
de
implantar
el
cristianismo,
como
en
Prusia,
o
incluso
de
suprimir
por
la
fuerza
movimientos
contra
el
poder
de
la
Iglesia,
como
en
el
sur
de
Francia, también fueron conocidas finalmente como Cruzadas.
Las
cruzadas
del
Mediterráneo
Oriental,
las
primeras
a
las
que
se
les
aplicó
este
nombre,
fueron
llevadas
a
cabo
por
señores
feudales
y
soberanos
de
Europa
Occidental,
sobre
todo
los
de
la
Francia
de
los
Capetos
y
el
Sacro
Imperio
Romano,
pero
también
de
Inglaterra
y
Sicilia,
a
pedido
del
Papado
y,
en
principio,
del
Imperio
de
Oriente.
Tuvieron
lugar
durante
un
período
de
casi
dos
siglos,
entre
1096
y
1291,
llevaron
al
establecimiento
efímero
de
un
Reino
cristiano
en
Jerusalén
y
la
conquista,
temporal, de Constantinopla.
Las
guerras
con
sanción
religiosa
en
España
y
Europa
Oriental,
algunas
de
las
cuales
culminaron
en
el
siglo
XV,
recibieron
la
calificación
de
cruzadas
por
parte
de
la
Iglesia.
Se
enfocaron
en
la
lucha
contra
los
gobernantes
musulmanes
de
territorios
españoles,
contra
los
eslavos
y
bálticos
paganos
(prusianos
y
lituanos
sobre
todo)
y
en
algún
caso
contra
el Imperio Oriental o los otomanos.
En
la
cruzada
contra
los
albigenses
la
lucha
fue
contra
cristianos
disidentes
y
los
nobles
que
los
apoyaban,
en
especial
contra
los
seguidores del catarismo.
En
muchos
casos,
las
cruzadas
fueron
causa
de
persecuciones
contra
los
judíos, cristianos ortodoxos griegos y rusos.
Los
participantes
de
las
cruzadas,
conocidos
como
cruzados,
tomaban
votos
religiosos
de
manera
temporal
y
se
les
concedía
indulgencia
por
sus
pecados.
Í
Sobre los motivos
Caballeros
franceses
de
la
quinta
cruzada
llegan
al
fuerte
de
Damieta
(actual Egipto) en 1249.
Las
cruzadas
fueron
emprendidas
para
liberar
los
Lugares
Santos,
es
decir
las
regiones
donde
vivió
Jesucristo,
de
la
dominación
musulmana.
Se
iniciaron
en
1095,
cuando
el
emperador
bizantino
Alejo
I
solicitó
protección
para
los
cristianos
de
oriente
al
papa
Urbano
II,
quien
en
el
concilio
de
Clermont
inició
la
predicación
de
la
cruzada.
Al
terminar
su
alocución
con
la
frase
del
Evangelio
«renuncia
a
ti
mismo,
toma
tu
cruz,
y
sígueme»
(Mateo
16:24),
la
multitud,
entusiasmada,
manifestó
ruidosamente
su
aprobación
con el grito Deus lo vult, o Dios lo quiere.12
Posiblemente,
las
motivaciones
de
quienes
participaban
en
ellas
fueron
muy
diversas,
aunque
en
muchos
casos
se
puede
suponer
un
verdadero
fervor
religioso.
Se
arguye,
por
ejemplo,
que
fueron
motivadas
por
los
intereses
expansionistas
de
la
nobleza
feudal,
el
control
del
comercio
con
Asia
y
el
afán
hegemónico
del
papado
sobre
las
monarquías
y
las
iglesias
de
Oriente,
aunque
se
declararan
con
principio
y
objeto
de
recuperar
Tierra
Santa
para
los
peregrinos,
de
los
cuales
los
turcos
selyúcidas
y
zanguíes,
una
vez
conquistada
Jerusalén
en
1076,
abusaban
sin
piedad,
a
diferencia
de
la
época
de
los
Califas
fatimíes
(909-1171)
cuya
regla
fue
la
libertad
de
pensamiento
y
la
razón
extendida
a
las
personas,
que
podían
creer
en
lo
que quisieran, siempre que no infrinjan los derechos de otros.
Sobre el término
El
origen
de
la
palabra
y
de
por
qué
le
pusieron
así,
se
atribuye
a
la
cruz
de
tela
usada
como
insignia
en
la
ropa
exterior
de
los
que
tomaron
parte
de
esta empresa de reconquista de Tierra Santa.3
Escritores
medievales
utilizan
los
términos
crux
(pro
cruce
transmarina,
Estatuto
de
1284,
citado
por
Du
Cange,
s.v.
crux),
croisement
(Joinville),
croiserie
(Monstrelet),
etc.
Desde
la
Edad
Media,
el
significado
de
la
palabra
cruzada
se
extendió
para
incluir
a
todas
las
guerras
emprendidas
en
cumplimiento
de
un
voto
y
dirigidas
contra
infieles,
p.
ej.
contra
musulmanes, paganos, herejes, o aquellos bajo edicto de excomunión.4
Las
guerras
que
desde
el
siglo
VIII
mantuvieron
los
reinos
cristianos
del
norte
de
la
península
ibérica
contra
el
musulmán
Califato
de
Córdoba,
y
que
la
historiografía
conoce
como
Reconquista,
continuaron
de
forma
igualmente
discontinua
desde
el
siglo
XI
contra
los
reinos
de
taifas,
los
almorávides
y
los
almohades.
En
algunas
ocasiones,
el
papa
les
otorgó
la
calificación
de
«cruzada»,
como
sucedió
con
la
batalla
de
Las
Navas
de
Tolosa
(1212)
o
con
el
episodio
final
de
la
Reconquista:
la
guerra
de
Granada
(1482-1492).
En
el
norte
de
Europa
se
organizaron
cruzadas
contra
los
prusianos
y
lituanos.
El
exterminio
de
la
herejía
albigense
se
debió
a
una
cruzada
y,
en
el
siglo
XIII,
los
papas
predicaron
cruzadas
contra
Juan Sin Tierra y Federico II Hohenstaufen.
Pero
la
literatura
moderna
ha
abusado
de
la
palabra
aplicándola
a
todas
las
guerras
de
carácter
religioso,
como,
por
ejemplo,
la
expedición
de
Heraclio
contra
los
persas
en
el
siglo
VII
y
la
conquista
de
Sajonia
por
Carlomagno.
Nuevamente
resonó
dicho
término
durante
la
primera
mitad
del
siglo
XX,
utilizado
por
las
potencias
del
Eje
o
de
su
círculo
de
influencia:
la
guerra
civil
española
o
la
invasión
alemana
de
la
URSS,
recibieron
tal
calificativo
por parte de la propaganda oficial.
Sin
embargo,
utilizada
con
un
criterio
estricto,
la
idea
de
la
cruzada
corresponde
a
una
concepción
política
que
se
dio
solo
en
la
cristiandad
desde
el
siglo
XI
al
XV.
Suponía
una
unión
de
todos
los
pueblos
y
soberanos
bajo
la
dirección
de
los
papas.
Todas
las
cruzadas
se
anunciaron
mediante
la
predicación.
Después
de
pronunciar
un
voto
solemne,
cada
guerrero
recibía
una
cruz
de
las
manos
del
papa
o
de
su
legado,
y
era
desde
ese
momento
considerado
como
un
soldado
de
la
Iglesia.
A
los
cruzados
también
se
les
concedían
indulgencias
y
privilegios
temporales,
tales
como
la
exención
de
la
jurisdicción
civil
o
la
inviolabilidad
de
las
personas
y
propiedades.
De
todas
esas
guerras
emprendidas
en
nombre
de
la
cristiandad,
las
más
importantes
fueron
las
cruzadas
orientales,
que
son
las tratadas en este artículo.
Consecuencias de las cruzadas
Religiosamente: Demostraron la unidad religiosa de Oriente y el poder de la Iglesia;
Socialmente:
Las
cruzadas
debilitaron
a
los
señores
feudales;
muchos
perdieron
la
vida
o
quedaron
en
Oriente;
otros
se
empobrecieron
por
la
venta
de
sus
tierras;
además,
la
prolongada
ausencia
les
impidió
vigilar
sus
derechos.
Los
reyes
se
incautaron
de
los
feudos
vacantes
y
redujeron
tenazmente
los
privilegios
de
los
señores.
Por
su
parte,
los
siervos
y
vasallos
alcanzaron
su
libertad
a
cambio
de
dinero.
Las
ciudades
y
la
burguesía
resultaron
beneficiadas
con
las
ganancias
que
proporcionaban
el
aprovisionamiento,
el
transporte
de
los
ejércitos
y
el
incremento
de
tráfico
con
Oriente.
Los
franceses,
principales
participantes
de
las
cruzadas,
gozaron
de
una
influencia
en
los
países
orientales
que
alcanzó
hasta
la
época
contemporánea.
Económicamente:
Se
introdujeron
en
Occidente
nuevos
cultivos
y
procedimientos
de
fabricación
tomados
de
los
pueblos
musulmanes.
El
comercio,
sobre
todo
marítimo,
adquirió
mayor
impulso.
Los
puertos
de
Génova,
Venecia,
Amalfi,
Marsella
y
Barcelona fueron los más favorecidos.
Culturalmente:
El
arte
y
la
ciencia
árabe
y
bizantina
mejoraron
la
cultura
occidental;
las
costumbres
experimentaron
sensibles
cambios y el género de vida se hizo menos rudo.56
Antecedentes
Europa y el Mediterráneo en la época de la primera cruzada.
La dinastía selyúcida en su período de mayor extensión.
Para
poder
comprender
qué
razones
tenían
los
dirigentes
de
Europa
y
del
Oriente
Próximo
para
tomar
semejantes
decisiones,
debemos
remontarnos
a
los
años
inmediatamente
anteriores
al
comienzo
del
fenómeno
cruzado
y
conocer
al
antecedente de las cruzadas.4
En
torno
al
año
1000,
Constantinopla
se
erigía
como
la
ciudad
más
próspera
y
poderosa
del
«mundo
conocido»
en
Occidente.
Situada
en
una
posición
fácilmente
defendible,
en
medio
de
las
principales
rutas
comerciales,
y
con
un
gobierno
centralizado
y
absoluto
en
la
persona
del
Emperador,
además
de
un
ejército
capaz
y
profesional,
hacían
de
la
ciudad
y
los
territorios
gobernados
por
esta
(el
Imperio
bizantino)
una
nación
sin
par
en
todo
el
orbe.
Gracias
a
las
acciones
emprendidas
por
el
emperador
Basilio
II
Bulgaroktonos,
los
enemigos
más
cercanos
a
sus
fronteras
habían
sido
humillados
y
anulados
en
su totalidad.
Sin
embargo,
tras
la
muerte
de
Basilio,
monarcas
menos
competentes
ocuparon
el
trono
bizantino,
al
tiempo
que
en
el
horizonte
surgía
una
nueva
amenaza
proveniente
de
Asia
Central.
Eran
los
turcos,
tribus
nómadas
que,
en
el
transcurso
de
esos
años,
se
habían
convertido
al
islam.
Una
de
esas
tribus,
los
turcos
selyúcidas
(llamadas
así
por
su
mítico
líder
Selyuq),
se
lanzó
contra
el
Imperio
de
Constantinopla.
En
la
batalla
de
Manzikert,
en
el
año
1071,
el
grueso
del
ejército
imperial
fue
arrasado
por
las
tropas
turcas,
y
uno
de
los
coemperadores
fue
capturado.
A
raíz
de
esta
debacle,
los
bizantinos
debieron
ceder
la
mayor
parte
de
Asia
Menor
(hoy
el
núcleo
de
la
nación
turca)
a
los
selyúcidas.
Ahora
había
fuerzas
musulmanas
apostadas a escasos kilómetros de la misma Constantinopla.
Por
otra
parte,
los
turcos
también
habían
avanzado
en
dirección
sur,
hacia
Siria
y
Palestina.
Una
tras
otra
las
ciudades
del
Mediterráneo
Oriental
cayeron
en
sus
manos,
y
en
1070,
un
año
antes
de
Manzikert,
entraron
en
la
Ciudad
Santa,
Jerusalén.
Estos
dos
hechos
conmocionaron
tanto
a
Europa
Occidental
como
a
la
Oriental.
Ambos
empezaron
a
temer
que
los
turcos
fueran
a
dominar
lentamente
al
mundo
cristiano,
haciendo
desaparecer
su
religión.
Además,
empezaron
a
llegar
numerosos
rumores acerca de torturas y otros horrores cometidos contra peregrinos en Jerusalén por las autoridades turcas.
La
primera
cruzada
no
supuso
el
primer
caso
de
Guerra
Santa
entre
cristianos
y
musulmanes
inspirada
por
el
papado.
Ya
el
papa
Alejandro
II
había
predicado
la
guerra
contra
el
infiel
musulmán
en
dos
ocasiones.
La
primera
fue
en
1061,
durante
la
conquista
de
Sicilia
por
los
normandos,
y
la
segunda
en
el
marco
de
las
guerras
de
la
Reconquista
española,
en
la
cruzada
de Barbastro de 1064. En ambos casos el papa ofreció Indulgencia a los cristianos que participaran.7
En
1074,
el
papa
Gregorio
VII
llamó
a
los
milites
Christi
("soldados
de
Cristo")
para
que
fuesen
en
ayuda
del
Imperio
bizantino
tras
su
dura
derrota
en
la
batalla
de
Manzikert.8
Su
llamada,
si
bien
fue
ampliamente
ignorada
e
incluso
recibió
bastante
oposición,
junto
con
el
gran
número
de
peregrinos
que
viajaban
a
Tierra
Santa
durante
el
siglo
XI
y
a
los
que
la
conquista
de
Anatolia
había
cerrado
las
rutas
terrestres
hacia
Jerusalén,
sirvieron
para
enfocar
gran
parte
de
la
atención
de
occidente en los acontecimientos de oriente.9
En
1081,
subió
al
trono
Bizantino
un
general
capaz,
Alejo
Comneno,
que
decidió
hacer
frente
de
manera
enérgica
al
expansionismo
turco.
Pero
pronto
se
dio
cuenta
de
que
no
podría
hacer
el
trabajo
solo,
por
lo
que
inició
acercamientos
con
Occidente,
a
pesar
de
que
las
ramas
occidental
y
oriental
de
la
cristiandad
habían
roto
relaciones
en
el
Gran
Cisma
de
1054.
Alejo
estaba
interesado
en
poder
contar
con
un
ejército
mercenario
occidental
que,
unido
a
las
fuerzas
imperiales,
atacaran
a
los
turcos
en
su
base
y
los
mandaran
de
vuelta
a
Asia
Central.
Deseaba
en
particular
usar
soldados
normandos,
los
cuales
habían
conquistado
el
reino
de
Inglaterra
en
1066
y
por
la
misma
época
habían
expulsado
a
los
mismos
bizantinos
del
sur
de Italia. Debido a estos encuentros, Alejo conocía el poder de los normandos. Y ahora los quería como aliados.
Alejo
envió
emisarios
a
hablar
directamente
con
el
papa
Urbano
II,
para
pedirle
su
intercesión
en
el
reclutamiento
de
los
mercenarios.
El
papado
ya
se
había
mostrado
capaz
de
intervenir
en
asuntos
militares
cuando
promulgó
la
llamada
"Tregua
de
Dios",
mediante
la
cual
se
prohibía
el
combate
desde
el
viernes
al
atardecer
hasta
el
lunes
al
amanecer,
lo
cual
disminuyó
notablemente
las
contiendas
entre
los
pendencieros
nobles.
Ahora
era
otra
oportunidad
de
demostrar
el
poder
del
papa
sobre la voluntad de Europa.
Rutas de las cruzadas.
En
1095,
Urbano
II
convocó
un
concilio
en
la
ciudad
de
Plasencia.
Allí
expuso
la
propuesta
del
Emperador,
pero
el
conflicto
de
los
obispos
asistentes
al
concilio,
incluido
el
papa,
con
el
Sacro
Emperador
Romano
Germánico,
Enrique
IV
(quien
estaba
apoyando a un antipapa), primaron sobre el estudio de la petición de Constantinopla. Alejo tendría que esperar.
La
sociedad
europea,
en
su
devenir,
había
ido
acumulando
un
considerable
potencial
bélico.
Por
otra
parte,
el
islam
se
había
erigido
en
un
peligroso
y
fuerte
enemigo.
Ambas
cosas
se
aunaron
y
dieron
origen
a
las
cruzadas,
proyectadas
por
la
cristiandad
occidental
para
salvar
a
la
cristiandad
oriental
de
los
musulmanes.
El
resultado,
sin
embargo,
quedó
lejos
de
los
propósitos
y,
en
puridad,
el
movimiento
cruzado,
considerado
históricamente,
fue
un
fracaso
discutible
(aunque
más
de
cien
años de comercio demuestren lo contrario).
Steven
Runciman
lo
resume
así:[cita
requerida]
Cuando
Urbano
II
predicó
su
magno
sermón
en
Clermont,
los
turcos
estaban
a
punto
de
amenazar
el
Bósforo.
Cuando
el
papa
Pío
II
predicó
la
última
cruzada,
los
turcos
estaban
cruzando
el
Danubio.
Rodas,
uno
de
los
últimos
frutos
del
movimiento,
cayó
en
poder
de
los
turcos
en
1523,
y
Chipre,
arruinada
por
las
guerras
con
Egipto
y
Génova,
y
anexionada
finalmente
a
Venecia,
pasó
a
ellos
en
1570.
Todo
lo
que
quedó
para
los
conquistadores
de Occidente fue un puñado de islas griegas que Venecia mantuvo precariamente en su poder.
El
avance
turco
fue
contenido
por
el
esfuerzo
conjunto
de
la
cristiandad,
y
por
la
acción
de
los
Estados
a
quienes
atañía
más
de
cerca,
Venecia
y
el
Imperio
de
los
Habsburgo,
con
Francia,
la
antigua
protagonista
de
la
guerra
santa,
ayudando
al
infiel
de modo continuado.
Hubo ocho cruzadas desde el siglo XI hasta el siglo XIII.
Primera cruzada
Artículo principal: Primera Cruzada
Gregorio VII fue uno de los papas que más abiertamente apoyó una cruzada en la península ibérica.
Gregorio
VII
fue
uno
de
los
papas
que
más
abiertamente
apoyó
la
cruzada
contra
el
islam
en
la
península
ibérica10
y
quien,
a
la vista de los éxitos conseguidos, concibió utilizarla en Asia Menor para proteger a Bizancio de las invasiones turcomanas.11
Su
sucesor,
Urbano
II,
fue
quien
la
puso
en
práctica.
El
llamamiento
formal
tuvo
lugar
en
el
penúltimo
día
del
Concilio
de
Clermont
(Francia),
el
martes
27
de
noviembre
de
1095.
En
una
sesión
pública
extraordinaria
celebrada
fuera
de
la
catedral,
el
papa
se
dirigió
a
la
multitud
de
religiosos
y
laicos
congregados
para
comunicarles
una
noticia
muy
especial.
Haciendo
gala
de
sus
dotes
de
orador,
expuso
la
necesidad
de
que
los
cristianos
de
Occidente
se
comprometieran
a
una
guerra
santa
contra
los
turcos,
que
estaban
ejerciendo
violencia
sobre
los
reinos
cristianos
de
Oriente
y
maltratando
a
los
peregrinos
que
iban
a
Jerusalén.
Prometió
remisión
de
los
pecados
para
quienes
acudieran,
una
misión
a
la
altura
de
las
exigencias
de
Dios
y
una
alternativa
esperanzadora
para
la
desgraciada
y
pecaminosa
vida
terrenal
que
llevaban.
Deberían
estar
listos
para
partir
al
verano
siguiente
y
contarían
con
la
guía
divina.
La
multitud
respondió
apasionadamente
con
gritos
de
Deus
lo
vult
('¡Dios
lo
quiere!')
y
un
gran
número
de
los
presentes
se
arrodillaron
ante
el
papa
solicitando
su
bendición
para
unirse
a
la
sagrada
campaña.12 La primera cruzada (1095-1099) había comenzado.
El paso de los cruzados por el Reino de Hungría
La
predicación
de
Urbano
II
puso
en
marcha
en
primer
lugar
a
multitud
de
gente
humilde,
dirigida
por
el
predicador
Pedro
de
Amiens
el
Ermitaño
y
algunos
caballeros
franceses.
Este
grupo
formó
la
llamada
cruzada
popular,
cruzada
de
los
pobres
o
cruzada
de
Pedro
el
Ermitaño.
De
forma
desorganizada
se
dirigieron
hacia
Oriente,
provocando
matanzas
de
judíos
a
su
paso.
En
marzo
de
1096
los
ejércitos
del
rey
Colomán
de
Hungría
(sobrino
del
recientemente
fallecido
rey
Ladislao
I
de
Hungría)
repelerían
a
los
caballeros
franceses
de
Valter
Gauthier
quienes
entraron
en
territorio
húngaro
causando
numerosos
robos
y
matanzas
en
las
cercanías
de
la
ciudad
de
Zimony.
Posteriormente
entraría
el
ejército
de
Pedro
de
Amiens,
el
cual
sería
escoltado
por
las
fuerzas
húngaras
de
Colomán.
Sin
embargo,
luego
de
que
los
cruzados
de
Amiens
atacasen
a
los
soldados
escoltas
y
matasen
a
cerca
de
4000
húngaros,
los
ejércitos
del
rey
Colomán
mantendrían
una
actitud
hostil
contra
los cruzados que atravesaban el reino hacia Bizancio.
Captura de Jerusalén durante la primera cruzada.
A
pesar
del
caos
surgido,
Colomán
permitió
la
entrada
a
los
ejércitos
cruzados
de
Volkmar
y
Gottschalk,
a
quienes
finalmente
también
tuvo
que
hacer
frente
y
derrotar
cerca
de
Nitra
y
Zimony,
que
al
igual
que
los
otros
grupos
causaron
incalculables
estragos
y
asesinatos.
En
el
caso
particular
del
sacerdote
alemán
Gottschalk,
este
entró
en
suelo
húngaro
sin
autorización
del
rey
y
estableció
un
campamento
en
las
cercanías
del
asentamiento
de
Táplány.
Al
masacrar
a
la
población
local,
Colomán,
enrabietado, expulsó por la fuerza a los soldados germánicos invasores.
Después
los
húngaros
detendrían
a
las
fuerzas
del
conde
Emiko
(quien
ya
había
asesinado
en
suelo
alemán
a
unos
cuatro
mil
judíos)
cerca
de
la
ciudad
de
Moson.
Colomán
de
inmediato
prohibió
la
estancia
en
Hungría
de
Emiko
y
se
vio
forzado
a
enfrentarse
al
asedio
del
conde
germánico
a
la
ciudad
de
Moson,
donde
se
hallaba
el
rey
húngaro.
Las
fuerzas
de
Colomán
defendieron valientemente la ciudad y, rompiendo el sitio, lograron dispersar las fuerzas cruzadas del sitiador.
Al
poco
tiempo,
el
rey
húngaro
forzó
a
Godofredo
de
Bouillón
a
firmar
un
tratado
en
la
abadía
de
Pannonhalma,
donde
los
cruzados
se
comprometían
a
pasar
por
el
territorio
húngaro
con
pacífico
comportamiento.
Tras
esto,
las
fuerzas
continuarían
fuera
del
territorio
húngaro
escoltadas
por
los
ejércitos
de
Colomán
y
se
dirigirían
hacia
Constantinopla.
A
su
llegada
a
Bizancio,
el
Basileus
se
apresuró
a
enviarlos
al
otro
lado
del
Bósforo.
Despreocupadamente
se
internaron
en
territorio
turco,
donde fueron aniquilados con facilidad.
La cruzada de los Príncipes
Sitio de Jerusalén en 1099.
Mucho
más
organizada
fue
la
llamada
cruzada
de
los
Príncipes
(denominada
habitualmente
en
la
historiografía
como
la
primera
cruzada)
cerca
de
agosto
de
1096,
formada
por
una
serie
de
contingentes
armados
procedentes
principalmente
de
Francia,
Países
Bajos
y
el
reino
normando
de
Sicilia.
Estos
grupos
iban
dirigidos
por
segundones
de
la
nobleza,
como
Godofredo de Bouillón, Raimundo de Tolosa y Bohemundo de Tarento.
Durante
su
estancia
en
Constantinopla,
estos
jefes
juraron
devolver
al
Imperio
Bizantino
aquellos
territorios
perdidos
frente
a
los
turcos.
Desde
Bizancio
se
dirigieron
hacia
Siria
atravesando
el
territorio
selyúcida,
donde
consiguieron
una
serie
de
sorprendentes
victorias.
Ya
en
Siria,
pusieron
sitio
a
Antioquía,
que
conquistaron
tras
un
asedio
de
siete
meses.
Sin
embargo,
no la devolvieron al Imperio Bizantino, sino que Bohemundo la retuvo para sí creando el Principado de Antioquía.
Con
esta
conquista
finalizó
la
primera
cruzada,
y
muchos
cruzados
retornaron
a
sus
países.
El
resto
se
quedó
para
consolidar
la
posesión
de
los
territorios
recién
conquistados.
Junto
al
Reino
de
Jerusalén
(dirigido
inicialmente
por
Godofredo
de
Bouillón,
que
tomó
el
título
de
Defensor
del
Santo
Sepulcro)
y
al
principado
de
Antioquía,
se
crearon
además
los
condados
de
Edesa
(actual Urfa, en Turquía) y Trípoli (en el actual Líbano).
Tras
estos
éxitos
iniciales
se
produjo
una
oleada
de
nuevos
combatientes
que
formaron
la
llamada
cruzada
de
1101.
Sin
embargo,
esta
expedición,
dividida
en
tres
grupos,
fue
derrotada
por
los
turcos
cuando
intentaron
atravesar
Anatolia.
Este
desastre apagó los espíritus cruzados durante algunos años.
Segunda cruzada
Artículo principal: Segunda Cruzada
Divisiones políticas de la zona en torno a 1140.
Gracias
a
la
división
de
los
Estados
musulmanes,
los
Estados
latinos
(o
francos,
como
eran
conocidos
por
los
árabes),
consiguieron
establecerse
y
perdurar.
Los
dos
primeros
reyes
de
Jerusalén,
Balduino
I
y
Balduino
II
fueron
gobernantes
capaces
de
expandir
su
reino
a
toda
la
zona
situada
entre
el
Mediterráneo
y
el
Jordán,
e
incluso
más
allá.
Rápidamente,
se
adaptaron
al
cambiante
sistema
de
alianzas
locales
y
llegaron
a
combatir
junto
a
estados
musulmanes
en
contra
de
enemigos que, además de musulmanes, contaban entre sus filas con guerreros cristianos.
Sin
embargo,
a
medida
que
el
espíritu
de
cruzada
iba
decayendo
entre
los
francos,
cada
vez
más
cómodos
en
su
nuevo
estilo
de
vida,
entre
los
musulmanes
iba
creciendo
el
espíritu
de
yihad
o
guerra
santa
agitado
por
los
predicadores
contra
sus
impíos
gobernantes,
capaces
de
tolerar
la
presencia
cristiana
en
Jerusalén
e
incluso
de
aliarse
con
sus
reyes.
Este
sentimiento
fue
explotado
por
una
serie
de
caudillos
que
consiguieron
unificar
los
distintos
estados
musulmanes
y
lanzarse
a
la conquista de los reinos cristianos.
El
primero
de
estos
fue
Zengi,
gobernador
de
Mosul
y
de
Alepo,
que
en
1144
conquistó
Edesa,
liquidando
el
primero
de
los
Estados
francos.
Como
respuesta
a
esta
conquista,
que
puso
de
manifiesto
la
debilidad
de
los
Estados
cruzados,
el
papa
Eugenio
III,
a
través
de
Bernardo,
abad
de
Claraval
(famoso
predicador,
autor
de
la
regla
de
los
templarios)
predicó
en
diciembre de 1145 la segunda cruzada.
A
diferencia
de
la
primera,
en
esta
participaron
reyes
de
la
cristiandad,
encabezados
por
Luis
VII
de
Francia
(acompañado
de
su
esposa,
Leonor
de
Aquitania)
y
por
el
emperador
germánico
Conrado
III.
Los
desacuerdos
entre
franceses
y
alemanes,
así
como
con
los
bizantinos,
fueron
constantes
en
toda
la
expedición.
Cuando
ambos
reyes
llegaron
a
Tierra
Santa
(por
separado)
decidieron
que
Edesa
era
un
objetivo
poco
importante
y
marcharon
hacia
Jerusalén.
Desde
allí,
para
desesperación
del
rey
Balduino
III,
en
lugar
de
enfrentarse
a
Nur
al-Din
(hijo
y
sucesor
de
Zengi),
eligieron
atacar
Damasco,
estado independiente y aliado del rey de Jerusalén.
La
expedición
fue
un
fracaso,
ya
que
tras
solo
una
semana
de
asedio
infructuoso,
los
ejércitos
cruzados
se
retiraron
y
volvieron
a
sus
países.
Con
este
ataque
inútil
consiguieron
que
Damasco
cayera
en
manos
de
Nur
al-Din,
que
progresivamente
iba
cercando
los
Estados
francos.
Más
tarde,
el
ataque
de
Balduino
III
a
Egipto
iba
a
provocar
la
intervención
de
Nur
al-Din
en
la
frontera
sur
del
reino
de
Jerusalén,
preparando
el
camino
para
el
fin
del
reino
y
la
convocatoria de la tercera cruzada
Asi se fueron sucediendo las distintas cruzadas has ul total de nueve.
Fue uno de los Papas que mas
apoyó las cruzadas en España
Divisiones politicas en el 1140
Las Cruzadas
La toma de Jerusalen
Rutas de las Cruzadas