Soberana Orden Militar Española de los
Caballeros Templarios
Las cruzadas fueron una serie de guerras religiosas impulsadas por la
Iglesia católica durante la Edad Media. Dichas campañas militares tenían
como objetivo declarado recuperar para la Cristiandad la región del
Cercano Oriente conocida como Tierra Santa, la cual se encontraba bajo el
dominio del Islam. Otras expediciones armadas con el propósito de
conquistar territorios musulmanes previamente cristianos, como en
España, de implantar el cristianismo, como en Prusia, o incluso de suprimir
por la fuerza movimientos contra el poder de la Iglesia, como en el sur de
Francia, también fueron conocidas finalmente como Cruzadas.
Las cruzadas del Mediterráneo Oriental, las primeras a las que se les
aplicó este nombre, fueron llevadas a cabo por señores feudales y
soberanos de Europa Occidental, sobre todo los de la Francia de los
Capetos y el Sacro Imperio Romano, pero también de Inglaterra y Sicilia, a
pedido del Papado y, en principio, del Imperio de Oriente. Tuvieron lugar
durante un período de casi dos siglos, entre 1096 y 1291, llevaron al
establecimiento efímero de un Reino cristiano en Jerusalén y la conquista,
temporal, de Constantinopla.
Las guerras con sanción religiosa en España y Europa Oriental, algunas
de las cuales culminaron en el siglo XV, recibieron la calificación de
cruzadas por parte de la Iglesia. Se enfocaron en la lucha contra los
gobernantes musulmanes de territorios españoles, contra los eslavos y
bálticos paganos (prusianos y lituanos sobre todo) y en algún caso contra
el Imperio Oriental o los otomanos.
En la cruzada contra los albigenses la lucha fue contra cristianos
disidentes y los nobles que los apoyaban, en especial contra los
seguidores del catarismo.
En muchos casos, las cruzadas fueron causa de persecuciones contra los
judíos, cristianos ortodoxos griegos y rusos.
Los participantes de las cruzadas, conocidos como cruzados, tomaban
votos religiosos de manera temporal y se les concedía indulgencia por sus
pecados.
Í
Sobre los motivos
Caballeros franceses de la quinta cruzada llegan al fuerte de Damieta
(actual Egipto) en 1249.
Las cruzadas fueron emprendidas para liberar los Lugares Santos, es decir
las regiones donde vivió Jesucristo, de la dominación musulmana. Se
iniciaron en 1095, cuando el emperador bizantino Alejo I solicitó protección
para los cristianos de oriente al papa Urbano II, quien en el concilio de
Clermont inició la predicación de la cruzada. Al terminar su alocución con la
frase del Evangelio «renuncia a ti mismo, toma tu cruz, y sígueme» (Mateo
16:24), la multitud, entusiasmada, manifestó ruidosamente su aprobación
con el grito Deus lo vult, o Dios lo quiere.12
Posiblemente, las motivaciones de quienes participaban en ellas fueron
muy diversas, aunque en muchos casos se puede suponer un verdadero
fervor religioso. Se arguye, por ejemplo, que fueron motivadas por los
intereses expansionistas de la nobleza feudal, el control del comercio con
Asia y el afán hegemónico del papado sobre las monarquías y las iglesias
de Oriente, aunque se declararan con principio y objeto de recuperar Tierra
Santa para los peregrinos, de los cuales los turcos selyúcidas y zanguíes,
una vez conquistada Jerusalén en 1076, abusaban sin piedad, a diferencia
de la época de los Califas fatimíes (909-1171) cuya regla fue la libertad de
pensamiento y la razón extendida a las personas, que podían creer en lo
que quisieran, siempre que no infrinjan los derechos de otros.
Sobre el término
El origen de la palabra y de por qué le pusieron así, se atribuye a la cruz de
tela usada como insignia en la ropa exterior de los que tomaron parte de
esta empresa de reconquista de Tierra Santa.3
Escritores medievales utilizan los términos crux (pro cruce transmarina,
Estatuto de 1284, citado por Du Cange, s.v. crux), croisement (Joinville),
croiserie (Monstrelet), etc. Desde la Edad Media, el significado de la palabra
cruzada se extendió para incluir a todas las guerras emprendidas en
cumplimiento de un voto y dirigidas contra infieles, p. ej. contra
musulmanes, paganos, herejes, o aquellos bajo edicto de excomunión.4
Las guerras que desde el siglo VIII mantuvieron los reinos cristianos del
norte de la península ibérica contra el musulmán Califato de Córdoba, y que
la historiografía conoce como Reconquista, continuaron de forma
igualmente discontinua desde el siglo XI contra los reinos de taifas, los
almorávides y los almohades. En algunas ocasiones, el papa les otorgó la
calificación de «cruzada», como sucedió con la batalla de Las Navas de
Tolosa (1212) o con el episodio final de la Reconquista: la guerra de
Granada (1482-1492). En el norte de Europa se organizaron cruzadas
contra los prusianos y lituanos. El exterminio de la herejía albigense se
debió a una cruzada y, en el siglo XIII, los papas predicaron cruzadas contra
Juan Sin Tierra y Federico II Hohenstaufen.
Pero la literatura moderna ha abusado de la palabra aplicándola a todas las
guerras de carácter religioso, como, por ejemplo, la expedición de Heraclio
contra los persas en el siglo VII y la conquista de Sajonia por Carlomagno.
Nuevamente resonó dicho término durante la primera mitad del siglo XX,
utilizado por las potencias del Eje o de su círculo de influencia: la guerra
civil española o la invasión alemana de la URSS, recibieron tal calificativo
por parte de la propaganda oficial.
Sin embargo, utilizada con un criterio estricto, la idea de la cruzada
corresponde a una concepción política que se dio solo en la cristiandad
desde el siglo XI al XV. Suponía una unión de todos los pueblos y
soberanos bajo la dirección de los papas. Todas las cruzadas se anunciaron
mediante la predicación. Después de pronunciar un voto solemne, cada
guerrero recibía una cruz de las manos del papa o de su legado, y era
desde ese momento considerado como un soldado de la Iglesia. A los
cruzados también se les concedían indulgencias y privilegios temporales,
tales como la exención de la jurisdicción civil o la inviolabilidad de las
personas y propiedades. De todas esas guerras emprendidas en nombre de
la cristiandad, las más importantes fueron las cruzadas orientales, que son
las tratadas en este artículo.
Consecuencias de las cruzadas
Religiosamente: Demostraron la unidad religiosa de Oriente y el poder de la Iglesia;
Socialmente: Las cruzadas debilitaron a los señores feudales; muchos perdieron la vida o quedaron en Oriente; otros se
empobrecieron por la venta de sus tierras; además, la prolongada ausencia les impidió vigilar sus derechos. Los reyes se
incautaron de los feudos vacantes y redujeron tenazmente los privilegios de los señores. Por su parte, los siervos y vasallos
alcanzaron su libertad a cambio de dinero. Las ciudades y la burguesía resultaron beneficiadas con las ganancias que
proporcionaban el aprovisionamiento, el transporte de los ejércitos y el incremento de tráfico con Oriente. Los franceses,
principales participantes de las cruzadas, gozaron de una influencia en los países orientales que alcanzó hasta la época
contemporánea.
Económicamente: Se introdujeron en Occidente nuevos cultivos y procedimientos de fabricación tomados de los pueblos
musulmanes. El comercio, sobre todo marítimo, adquirió mayor impulso. Los puertos de Génova, Venecia, Amalfi, Marsella y
Barcelona fueron los más favorecidos.
Culturalmente: El arte y la ciencia árabe y bizantina mejoraron la cultura occidental; las costumbres experimentaron sensibles
cambios y el género de vida se hizo menos rudo.56
Antecedentes
Europa y el Mediterráneo en la época de la primera cruzada.
La dinastía selyúcida en su período de mayor extensión.
Para poder comprender qué razones tenían los dirigentes de Europa y del Oriente Próximo para tomar semejantes
decisiones, debemos remontarnos a los años inmediatamente anteriores al comienzo del fenómeno cruzado y conocer al
antecedente de las cruzadas.4
En torno al año 1000, Constantinopla se erigía como la ciudad más próspera y poderosa del «mundo conocido» en
Occidente. Situada en una posición fácilmente defendible, en medio de las principales rutas comerciales, y con un gobierno
centralizado y absoluto en la persona del Emperador, además de un ejército capaz y profesional, hacían de la ciudad y los
territorios gobernados por esta (el Imperio bizantino) una nación sin par en todo el orbe. Gracias a las acciones emprendidas
por el emperador Basilio II Bulgaroktonos, los enemigos más cercanos a sus fronteras habían sido humillados y anulados en
su totalidad.
Sin embargo, tras la muerte de Basilio, monarcas menos competentes ocuparon el trono bizantino, al tiempo que en el
horizonte surgía una nueva amenaza proveniente de Asia Central. Eran los turcos, tribus nómadas que, en el transcurso de
esos años, se habían convertido al islam. Una de esas tribus, los turcos selyúcidas (llamadas así por su mítico líder Selyuq),
se lanzó contra el Imperio de Constantinopla. En la batalla de Manzikert, en el año 1071, el grueso del ejército imperial fue
arrasado por las tropas turcas, y uno de los coemperadores fue capturado. A raíz de esta debacle, los bizantinos debieron
ceder la mayor parte de Asia Menor (hoy el núcleo de la nación turca) a los selyúcidas. Ahora había fuerzas musulmanas
apostadas a escasos kilómetros de la misma Constantinopla.
Por otra parte, los turcos también habían avanzado en dirección sur, hacia Siria y Palestina. Una tras otra las ciudades del
Mediterráneo Oriental cayeron en sus manos, y en 1070, un año antes de Manzikert, entraron en la Ciudad Santa,
Jerusalén.
Estos dos hechos conmocionaron tanto a Europa Occidental como a la Oriental. Ambos empezaron a temer que los turcos
fueran a dominar lentamente al mundo cristiano, haciendo desaparecer su religión. Además, empezaron a llegar numerosos
rumores acerca de torturas y otros horrores cometidos contra peregrinos en Jerusalén por las autoridades turcas.
La primera cruzada no supuso el primer caso de Guerra Santa entre cristianos y musulmanes inspirada por el papado. Ya el
papa Alejandro II había predicado la guerra contra el infiel musulmán en dos ocasiones. La primera fue en 1061, durante la
conquista de Sicilia por los normandos, y la segunda en el marco de las guerras de la Reconquista española, en la cruzada
de Barbastro de 1064. En ambos casos el papa ofreció Indulgencia a los cristianos que participaran.7
En 1074, el papa Gregorio VII llamó a los milites Christi ("soldados de Cristo") para que fuesen en ayuda del Imperio
bizantino tras su dura derrota en la batalla de Manzikert.8 Su llamada, si bien fue ampliamente ignorada e incluso recibió
bastante oposición, junto con el gran número de peregrinos que viajaban a Tierra Santa durante el siglo XI y a los que la
conquista de Anatolia había cerrado las rutas terrestres hacia Jerusalén, sirvieron para enfocar gran parte de la atención de
occidente en los acontecimientos de oriente.9
En 1081, subió al trono Bizantino un general capaz, Alejo Comneno, que decidió hacer frente de manera enérgica al
expansionismo turco. Pero pronto se dio cuenta de que no podría hacer el trabajo solo, por lo que inició acercamientos con
Occidente, a pesar de que las ramas occidental y oriental de la cristiandad habían roto relaciones en el Gran Cisma de 1054.
Alejo estaba interesado en poder contar con un ejército mercenario occidental que, unido a las fuerzas imperiales, atacaran
a los turcos en su base y los mandaran de vuelta a Asia Central. Deseaba en particular usar soldados normandos, los cuales
habían conquistado el reino de Inglaterra en 1066 y por la misma época habían expulsado a los mismos bizantinos del sur
de Italia. Debido a estos encuentros, Alejo conocía el poder de los normandos. Y ahora los quería como aliados.
Alejo envió emisarios a hablar directamente con el papa Urbano II, para pedirle su intercesión en el reclutamiento de los
mercenarios. El papado ya se había mostrado capaz de intervenir en asuntos militares cuando promulgó la llamada "Tregua
de Dios", mediante la cual se prohibía el combate desde el viernes al atardecer hasta el lunes al amanecer, lo cual disminuyó
notablemente las contiendas entre los pendencieros nobles. Ahora era otra oportunidad de demostrar el poder del papa
sobre la voluntad de Europa.
Rutas de las cruzadas.
En 1095, Urbano II convocó un concilio en la ciudad de Plasencia. Allí expuso la propuesta del Emperador, pero el conflicto
de los obispos asistentes al concilio, incluido el papa, con el Sacro Emperador Romano Germánico, Enrique IV (quien estaba
apoyando a un antipapa), primaron sobre el estudio de la petición de Constantinopla. Alejo tendría que esperar.
La sociedad europea, en su devenir, había ido acumulando un considerable potencial bélico. Por otra parte, el islam se había
erigido en un peligroso y fuerte enemigo. Ambas cosas se aunaron y dieron origen a las cruzadas, proyectadas por la
cristiandad occidental para salvar a la cristiandad oriental de los musulmanes. El resultado, sin embargo, quedó lejos de los
propósitos y, en puridad, el movimiento cruzado, considerado históricamente, fue un fracaso discutible (aunque más de cien
años de comercio demuestren lo contrario).
Steven Runciman lo resume así:[cita requerida] Cuando Urbano II predicó su magno sermón en Clermont, los turcos estaban
a punto de amenazar el Bósforo. Cuando el papa Pío II predicó la última cruzada, los turcos estaban cruzando el Danubio.
Rodas, uno de los últimos frutos del movimiento, cayó en poder de los turcos en 1523, y Chipre, arruinada por las guerras
con Egipto y Génova, y anexionada finalmente a Venecia, pasó a ellos en 1570. Todo lo que quedó para los conquistadores
de Occidente fue un puñado de islas griegas que Venecia mantuvo precariamente en su poder.
El avance turco fue contenido por el esfuerzo conjunto de la cristiandad, y por la acción de los Estados a quienes atañía más
de cerca, Venecia y el Imperio de los Habsburgo, con Francia, la antigua protagonista de la guerra santa, ayudando al infiel
de modo continuado.
Hubo ocho cruzadas desde el siglo XI hasta el siglo XIII.
Primera cruzada
Artículo principal: Primera Cruzada
Gregorio VII fue uno de los papas que más abiertamente apoyó una cruzada en la península ibérica.
Gregorio VII fue uno de los papas que más abiertamente apoyó la cruzada contra el islam en la península ibérica10 y quien, a
la vista de los éxitos conseguidos, concibió utilizarla en Asia Menor para proteger a Bizancio de las invasiones turcomanas.11
Su sucesor, Urbano II, fue quien la puso en práctica. El llamamiento formal tuvo lugar en el penúltimo día del Concilio de
Clermont (Francia), el martes 27 de noviembre de 1095. En una sesión pública extraordinaria celebrada fuera de la catedral, el
papa se dirigió a la multitud de religiosos y laicos congregados para comunicarles una noticia muy especial. Haciendo gala de
sus dotes de orador, expuso la necesidad de que los cristianos de Occidente se comprometieran a una guerra santa contra los
turcos, que estaban ejerciendo violencia sobre los reinos cristianos de Oriente y maltratando a los peregrinos que iban a
Jerusalén. Prometió remisión de los pecados para quienes acudieran, una misión a la altura de las exigencias de Dios y una
alternativa esperanzadora para la desgraciada y pecaminosa vida terrenal que llevaban. Deberían estar listos para partir al
verano siguiente y contarían con la guía divina. La multitud respondió apasionadamente con gritos de Deus lo vult ('¡Dios lo
quiere!') y un gran número de los presentes se arrodillaron ante el papa solicitando su bendición para unirse a la sagrada
campaña.12 La primera cruzada (1095-1099) había comenzado.
El paso de los cruzados por el Reino de Hungría
La predicación de Urbano II puso en marcha en primer lugar a multitud de gente humilde, dirigida por el predicador Pedro de
Amiens el Ermitaño y algunos caballeros franceses. Este grupo formó la llamada cruzada popular, cruzada de los pobres o
cruzada de Pedro el Ermitaño. De forma desorganizada se dirigieron hacia Oriente, provocando matanzas de judíos a su
paso. En marzo de 1096 los ejércitos del rey Colomán de Hungría (sobrino del recientemente fallecido rey Ladislao I de
Hungría) repelerían a los caballeros franceses de Valter Gauthier quienes entraron en territorio húngaro causando numerosos
robos y matanzas en las cercanías de la ciudad de Zimony. Posteriormente entraría el ejército de Pedro de Amiens, el cual
sería escoltado por las fuerzas húngaras de Colomán. Sin embargo, luego de que los cruzados de Amiens atacasen a los
soldados escoltas y matasen a cerca de 4000 húngaros, los ejércitos del rey Colomán mantendrían una actitud hostil contra
los cruzados que atravesaban el reino hacia Bizancio.
Captura de Jerusalén durante la primera cruzada.
A pesar del caos surgido, Colomán permitió la entrada a los ejércitos cruzados de Volkmar y Gottschalk, a quienes finalmente
también tuvo que hacer frente y derrotar cerca de Nitra y Zimony, que al igual que los otros grupos causaron incalculables
estragos y asesinatos. En el caso particular del sacerdote alemán Gottschalk, este entró en suelo húngaro sin autorización del
rey y estableció un campamento en las cercanías del asentamiento de Táplány. Al masacrar a la población local, Colomán,
enrabietado, expulsó por la fuerza a los soldados germánicos invasores.
Después los húngaros detendrían a las fuerzas del conde Emiko (quien ya había asesinado en suelo alemán a unos cuatro mil
judíos) cerca de la ciudad de Moson. Colomán de inmediato prohibió la estancia en Hungría de Emiko y se vio forzado a
enfrentarse al asedio del conde germánico a la ciudad de Moson, donde se hallaba el rey húngaro. Las fuerzas de Colomán
defendieron valientemente la ciudad y, rompiendo el sitio, lograron dispersar las fuerzas cruzadas del sitiador.
Al poco tiempo, el rey húngaro forzó a Godofredo de Bouillón a firmar un tratado en la abadía de Pannonhalma, donde los
cruzados se comprometían a pasar por el territorio húngaro con pacífico comportamiento. Tras esto, las fuerzas continuarían
fuera del territorio húngaro escoltadas por los ejércitos de Colomán y se dirigirían hacia Constantinopla. A su llegada a
Bizancio, el Basileus se apresuró a enviarlos al otro lado del Bósforo. Despreocupadamente se internaron en territorio turco,
donde fueron aniquilados con facilidad.
La cruzada de los Príncipes
Sitio de Jerusalén en 1099.
Mucho más organizada fue la llamada cruzada de los Príncipes (denominada habitualmente en la historiografía como la
primera cruzada) cerca de agosto de 1096, formada por una serie de contingentes armados procedentes principalmente de
Francia, Países Bajos y el reino normando de Sicilia. Estos grupos iban dirigidos por segundones de la nobleza, como
Godofredo de Bouillón, Raimundo de Tolosa y Bohemundo de Tarento.
Durante su estancia en Constantinopla, estos jefes juraron devolver al Imperio Bizantino aquellos territorios perdidos frente a
los turcos. Desde Bizancio se dirigieron hacia Siria atravesando el territorio selyúcida, donde consiguieron una serie de
sorprendentes victorias. Ya en Siria, pusieron sitio a Antioquía, que conquistaron tras un asedio de siete meses. Sin embargo,
no la devolvieron al Imperio Bizantino, sino que Bohemundo la retuvo para sí creando el Principado de Antioquía.
Con esta conquista finalizó la primera cruzada, y muchos cruzados retornaron a sus países. El resto se quedó para consolidar
la posesión de los territorios recién conquistados. Junto al Reino de Jerusalén (dirigido inicialmente por Godofredo de Bouillón,
que tomó el título de Defensor del Santo Sepulcro) y al principado de Antioquía, se crearon además los condados de Edesa
(actual Urfa, en Turquía) y Trípoli (en el actual Líbano).
Tras estos éxitos iniciales se produjo una oleada de nuevos combatientes que formaron la llamada cruzada de 1101. Sin
embargo, esta expedición, dividida en tres grupos, fue derrotada por los turcos cuando intentaron atravesar Anatolia. Este
desastre apagó los espíritus cruzados durante algunos años.
Segunda cruzada
Artículo principal: Segunda Cruzada
Divisiones políticas de la zona en torno a 1140.
Gracias a la división de los Estados musulmanes, los Estados latinos (o francos, como eran conocidos por los árabes),
consiguieron establecerse y perdurar. Los dos primeros reyes de Jerusalén, Balduino I y Balduino II fueron gobernantes
capaces de expandir su reino a toda la zona situada entre el Mediterráneo y el Jordán, e incluso más allá. Rápidamente, se
adaptaron al cambiante sistema de alianzas locales y llegaron a combatir junto a estados musulmanes en contra de
enemigos que, además de musulmanes, contaban entre sus filas con guerreros cristianos.
Sin embargo, a medida que el espíritu de cruzada iba decayendo entre los francos, cada vez más cómodos en su nuevo
estilo de vida, entre los musulmanes iba creciendo el espíritu de yihad o guerra santa agitado por los predicadores contra sus
impíos gobernantes, capaces de tolerar la presencia cristiana en Jerusalén e incluso de aliarse con sus reyes. Este
sentimiento fue explotado por una serie de caudillos que consiguieron unificar los distintos estados musulmanes y lanzarse a
la conquista de los reinos cristianos.
El primero de estos fue Zengi, gobernador de Mosul y de Alepo, que en 1144 conquistó Edesa, liquidando el primero de los
Estados francos. Como respuesta a esta conquista, que puso de manifiesto la debilidad de los Estados cruzados, el papa
Eugenio III, a través de Bernardo, abad de Claraval (famoso predicador, autor de la regla de los templarios) predicó en
diciembre de 1145 la segunda cruzada.
A diferencia de la primera, en esta participaron reyes de la cristiandad, encabezados por Luis VII de Francia (acompañado de
su esposa, Leonor de Aquitania) y por el emperador germánico Conrado III. Los desacuerdos entre franceses y alemanes,
así como con los bizantinos, fueron constantes en toda la expedición. Cuando ambos reyes llegaron a Tierra Santa (por
separado) decidieron que Edesa era un objetivo poco importante y marcharon hacia Jerusalén. Desde allí, para
desesperación del rey Balduino III, en lugar de enfrentarse a Nur al-Din (hijo y sucesor de Zengi), eligieron atacar Damasco,
estado independiente y aliado del rey de Jerusalén.
La expedición fue un fracaso, ya que tras solo una semana de asedio infructuoso, los ejércitos cruzados se retiraron y
volvieron a sus países. Con este ataque inútil consiguieron que Damasco cayera en manos de Nur al-Din, que
progresivamente iba cercando los Estados francos. Más tarde, el ataque de Balduino III a Egipto iba a provocar la
intervención de Nur al-Din en la frontera sur del reino de Jerusalén, preparando el camino para el fin del reino y la
convocatoria de la tercera cruzada
Asi se fueron sucediendo las distintas cruzadas has ul total de nueve.
Fue uno de los Papas que mas
apoyó las cruzadas en España
Divisiones politicas en el 1140
Las Cruzadas
La toma de Jerusalen
Rutas de las Cruzadas