Soberana Orden Militar Española de los
Caballeros Templarios
TEMPLARIOS
La
Orden
de
los
Pobres
Caballeros
de
Cristo
del
Templo
de
Salomón
(en
latín:
Pauperes
Commilitones
Christi
Templique
Salomonici),
también
llamada
la
Orden
del
Temple,
cuyos
miembros
son
conocidos
como
caballeros
templarios,
fue
una
de
las
más
poderosas
órdenes
militares
cristianas
de
la
Edad
Media.45
Se
mantuvo
activa
durante
algo
menos
de
dos
siglos.
Fue
fundada
en
1118
o
1119
por
nueve
caballeros
franceses
liderados
por
Hugo
de
Payns
tras
la
primera
cruzada.
Su
propósito
original
era
proteger
las
vidas
de
los
cristianos
que
peregrinaban
a
Jerusalén
tras
su
conquista.
La
orden
fue
reconocida
por
el
patriarca
latino
de
Jerusalén
Garmond
de
Picquigny,
que
le
impuso como regla la de los canónigos agustinos del Santo Sepulcro.
Aprobada
oficialmente
por
la
Iglesia
católica
en
1129,
durante
el
Concilio
de
Troyes
(celebrado
en
la
catedral
de
la
misma
ciudad),
la
Orden
del
Temple
creció
rápidamente
en
tamaño
y
poder.
Los
caballeros
templarios
tenían
como
distintivo
un
manto
blanco
con
una
cruz
paté
roja
dibujada
en
él.
El
24
de
abril
de
1147,
el
papa
Eugenio
III
les
concedió
el
derecho
a
llevar
permanentemente
la
cruz;
cruz
sencilla,
pero
ancorada
o
paté,
que
simbolizaba
el
martirio
de
Cristo;
de
color
rojo,
porque
el
rojo
era
el
símbolo
de
la
sangre
vertida
por
Cristo,
pero
también
de
la
vida.
La
cruz
estaba
colocada
en
su
manto
sobre
el
hombro
izquierdo,
encima
del
corazón.»
Militarmente,
sus
miembros
se
encontraban
entre
las
unidades
mejor
entrenadas
que
participaron
en
las
cruzadas.6
Los
miembros
no
combatientes
de
la
orden
gestionaron
una
compleja
estructura
económica
dentro
del
mundo
cristiano.
Crearon,
incluso,
nuevas
técnicas
financieras
que
constituyen
una
forma
primitiva
del
moderno
banco.78
La
orden,
además,
edificó
una
serie de fortificaciones por todo el mar Mediterráneo y Tierra Santa.
El
éxito
de
los
templarios
se
vincula
estrechamente
a
las
cruzadas.
La
pérdida
de
Tierra
Santa
derivó
en
la
desaparición
de
los
apoyos
a
la
orden.
Además,
los
rumores
generados
en
torno
a
la
secreta
ceremonia
de
iniciación
de
los
templarios
crearon
una
gran
desconfianza.
Felipe
IV
de
Francia,
fuertemente
endeudado
con
la
orden
y
atemorizado
por
su
creciente
poder,
comenzó
a
presionar
al
papa
Clemente
V
con
el
objeto
de
que
tomara
medidas
contra
sus
integrantes.
En
1307,
un
gran
número
de
templarios
fueron
apresados,
inducidos
a
confesar
bajo
tortura
y
quemados
en
la
hoguera.9
En
1312,
Clemente
V
cedió
a
las
presiones
de
Felipe
IV
y
disolvió
la
orden.
Su
abrupta
erradicación
dio
lugar
a
especulaciones
y
leyendas
que
han
mantenido
vivo
hasta
nuestros días el nombre de los caballeros templarios.
Existía,
pues,
un
arraigado
y
exacerbado
sentimiento
religioso
que
se
manifestaba
en
las
peregrinaciones
a
lugares
santos,
habituales
en
la
época.
A
principios
del
siglo
XI,
Roma
fue
paulatinamente
sustituido,
como
lugar
tradicional
de
peregrinación,
por
Santiago
de
Compostela
y
Jerusalén.
Estos
nuevos
destinos
no
estaban
exentos
de
peligros
y
obstáculos,
como
salteadores
de
caminos
o
fuertes
tributos
para
los
señores
locales,
pero
el
sentimiento
religioso,
unido
a
la
esperanza
de
aventuras
y
fabulosas
riquezas
en
Oriente,
sedujo
a
muchos
peregrinos,
que al volver a sus hogares relataban sus penalidades.
Manuscrito
en
pergamino
sellado
con
nueve
vueltas
de
hilo
de
seda
y
lacre
rojo. Se puede distinguir el sello de la Orden.
El
pontífice
Urbano
II,
tras
asegurar
su
posición
al
frente
de
la
Iglesia,
continuó
con
las
reformas
de
su
predecesor,
Gregorio
VII.
La
petición
de
ayuda
realizada
por
los
bizantinos,
junto
con
la
caída
de
Jerusalén
en
manos
turcas,
propició
que
en
el
Concilio
de
Clermont
(en
noviembre
de
1095)
Urbano
II
expusiera,
ante
una
gran
audiencia,
los
peligros
que
amenazaban
a
los
cristianos
occidentales
y
las
vejaciones
a
las
que
se
veían
sometidos
los
peregrinos
que
viajaban
a
Jerusalén.
La
expedición
militar
propuesta
por
Urbano
II
pretendía
también
rescatar
esta
ciudad
de
manos musulmanas.
Las
recompensas
espirituales
prometidas,
aunadas
al
ansia
de
riquezas,
hicieron
que
príncipes
y
señores
respondiesen
pronto
al
llamamiento
del
pontífice.
La
Europa
cristiana
se
movió
con
un
ideario
común
bajo
el
grito
de
Deus
vult!
(‘¡Dios
lo
quiere!’),
frase
que
encabeza
el
discurso
del
Concilio de Clermont, en el que Urbano II convocó la primera cruzada.
Dicha
expedición
militar
culminó
con
la
conquista
de
Jerusalén
en
1099
y
con
la
constitución
de
territorios
latinos
en
la
zona:
los
condados
de
Edesa
y
Trípoli,
el
principado
de
Antioquía
y
el
reino
de
Jerusalén,
donde
Balduino
I asumió, ya en 1100, el título de rey.
Fundación y primeros tiempos
Apenas
creado
el
reino
de
Jerusalén
y
elegido
Balduino
I
como
su
segundo
rey,
tras
la
muerte
de
su
hermano
Godofredo
de
Bouillón,
algunos
de
los
caballeros
que
participaron
en
la
Primera
cruzada
decidieron
quedarse
a
defender
los
Santos
Lugares
y
a
los
peregrinos
cristianos
que
viajaban
a
ellos.
Balduino
I
necesitaba
organizar
el
reino y no podía dedicar muchos recursos a la protección de los caminos, ya que no contaba con efectivos
suficientes
para
hacerlo.
Esto,
y
el
hecho
de
que
Hugo
de
Payens
fuese
pariente
del
conde
de
Champaña
(y
probablemente
pariente
lejano
del
mismo
Balduino),
llevó
al
rey
a
conceder
a
aquellos
caballeros
un
lugar
donde
reposar
y
mantener
sus
equipos,
así
como
a
otorgarles
derechos
y
privilegios,
entre
los
que
figuraba
un
alojamiento
en
su
propio
palacio,
que
no
era
sino
la
mezquita
de
Al-Aqsa,
ubicada
a
la
sazón
en
el
interior
de
lo
que
en
su
día
había
sido
el
recinto
del
Templo
de
Salomón.14
Y,
cuando
Balduino
abandonó
la
mezquita
y
sus
alrededores
como
palacio
para
fijar
el
trono
en
la
Torre
de
David,
todas
las
instalaciones
pasaron,
de
hecho,
a
los
templarios, que de esta manera adquirieron no solo su cuartel general, sino su nombre.
Coronación de Balduino I (de la Histoire d'Outremer, siglo XIII).
Además,
el
rey
Balduino
se
ocupó
de
escribir
cartas
a
los
reyes
y
príncipes
más
importantes
de
Europa
a
fin
de
que
prestaran
ayuda
a
la
recién
nacida
orden,
que
había
sido
bien
recibida
no
solo
por
el
poder
político,
sino
también
por
el
eclesiástico,
ya
que
fue
el
patriarca
de
Jerusalén
la
primera
autoridad
de
la
Iglesia
que
la
aprobó
canónicamente.
Nueve
años
después
de
la
creación
de
la
orden
en
Jerusalén,
en
1129
se
reunió
el
llamado
Concilio
de
Troyes,
que
se
encargaría
de
redactar
la
regla
para
la
recién
nacida
Orden
de
los
Pobres
Caballeros
de Cristo.
El
concilio
fue
encabezado
por
el
legado
pontificio
D'Albano,
y
concurrieron
los
obispos
de
Chartres,
Reims,
París,
Sens,
Soissons,
Troyes,
Orleans,
Auxerre
y
demás
casas
eclesiásticas
de
Francia.
Hubo
también
varios
abades,
como
san
Esteban
Harding,
mentor
de
san
Bernardo,
el
mismo
san
Bernardo
de
Claraval
y
laicos
como
los
condes
de
Champaña
y
de
Nevers.
Hugo
de
Payens
expuso
ante
la
asamblea
las
necesidades
de
la
orden,
por
lo
que
se
decidieron,
artículo
por
artículo,
hasta
los
más
mínimos
detalles
de
esta,
desde
la
forma
de
ayunar
hasta
la
de
llevar el peinado, pasando por rezos, oraciones e incluso armamento.
Por
lo
tanto,
la
regla
más
antigua
de
la
que
se
tiene
noticia
es
la
redactada
en
ese
concilio.
Escrita
casi
seguramente
en
latín,
se
basaba
hasta
cierto
punto
en
los
hábitos
y
usos
anteriores
al
concilio.
Las
modificaciones
principales
derivaban
de
que
hasta
entonces
los
templarios
vivían
bajo
la
Regla
de
San
Agustín,
que
en
el
concilio
se sustituyó por la Regla Cisterciense (la de san Benito, pero modificada) y que profesaba san Bernardo.15
La
regla
primitiva
constaba
de
un
acta
oficial
del
concilio
y
de
un
reglamento
de
75
artículos,
entre
los
que
figuran
algunos como:
Artículo
X:
Del
comer
carne
en
la
semana.
En
la
semana,
si
no
es
en
el
día
de
Pascua
de
Natividad,
o
Resurrección,
o
festividad
de
Nuestra
Señora,
o
de
Todos
los
Santos,
que
caigan,
basta
comerla
en
tres
veces,
o
días,
porque
la
costumbre
de
comerla,
se
entiende,
es
corrupción
de
los
cuerpos.
Si
el
martes
fuere
de
ayuno,
el
miércoles
se
os
dé
con
abundancia.
En
el
domingo,
así
a
los
caballeros
como
a
los
capellanes,
se
les
dé
sin
duda
dos manjares, en honra de la santa Resurrección; los demás sirvientes se contenten con uno y den gracias a Dios.
Una
vez
redactada,
fue
entregada
al
patriarca
latino
de
Jerusalén
Esteban
de
la
Ferté,
también
llamado
Esteban
de
Chartres,
si
bien
algunos
autores
estiman
que
el
redactor
pudo
ser
su
predecesor,
Garmond
de
Picquigny,
que
la
modificó
eliminando
12
artículos
e
introduciendo
24
nuevos,
entre
los
cuales
se
encontraba
la
referencia
a
que
los caballeros solo vistieran el manto blanco y los sargentos un manto negro.16
Después
de
recibir
la
regla
básica,
cinco
de
los
nueve
integrantes
de
la
orden,
encabezados
por
Hugo
de
Payens,
viajaron
primero
por
Francia
y
después
por
el
resto
de
Europa,
con
el
objeto
de
recoger
donaciones
y
alistar
caballeros
en
sus
filas.
Se
dirigieron
inicialmente
a
sus
lugares
de
procedencia,
en
la
certeza
de
que
serían
aceptados
y
asegurándose
cuantiosas
donaciones.
En
este
periplo
consiguieron
reclutar
en
poco
tiempo
cerca
de
trescientos caballeros, sin contar escuderos, hombres de armas y pajes.
Balduino II de Jerusalén cede el Templo de Salomón a Hugo de Payens y a Godofredo de Saint-Omer
Para
la
orden,
en
Europa
fue
importante
la
ayuda
que
les
concedió
el
abad
san
Bernardo
de
Claraval,
quien,
por
sus
parentescos
y
su
cercanía
con
varios
de
los
nueve
primeros
caballeros,
se
esforzó
sobremanera
en
darla
a
conocer
por
medio
de
sus
altas
influencias
en
Europa,
sobre
todo
en
la
Corte
Papal.
San
Bernardo
era
sobrino
de
André
de
Montbard,
quinto
gran
maestre
de
la
orden,
y
primo
por
parte
de
madre
de
Hugo
de
Payens.
Era
también
un
creyente
convencido
y
hombre
de
gran
carácter,
de
una
sapiencia
y
una
independencia
admiradas
en
muchas
partes
de
Francia
y
en
la
propia
Santa
Sede.
Reformador
de
la
Regla
Benedictina,
fueron
muy
conocidas
sus
discusiones con Pedro Abelardo, brillante maestro de la época.